Se estima que en nuestro país alrededor del 44% de las personas que sobreviven a un ictus desarrollan discapacidad grave por el daño resultante, pero que puede ser atenuada gracias a la neurorrehabilitación. Las secuelas varían enormemente en función de la localización y extensión del daño cerebral, pudiéndose agrupar en el control motor, especialmente del hemicuerpo contrario al hemisferio cerebral afectado, la sensitiva, la deglución, las capacidades cognitivas, la comunicación y la esfera emocional. Todas ellas pueden mejorar su pronóstico funcional gracias a la implementación de programas personalizados de neurorrehabilitación basados en el ejercicio terapéutico intensivo.